viernes, 2 de marzo de 2012

UNA OPORTUNIDAD HISTÓRICA PARA EL COACHING

El ya más que extendido comentario según el cual el ideograma que representa la palabra “crisis” en chino significa “oportunidad”, me ha servido como acicate para decidirme a comentar en este artículo algunos de los aspectos de la actual crisis (otra más, quizás en este caso más profunda que las anteriores, porque lleva aparejada significativos cambios en el reparto de poder político y económico a nivel mundial, China de por medio) que sitúan al coaching como elemento estratégico fundamental para la competividad de las empresas.

El primero de ellos es que, para mucho analistas, no estamos exclusivamente ante una crisis de carácter financiero, sino también de carácter económico, caracterizada por la saturación de muchos sectores productivos tradicionales. Ejemplo clarificador de ello lo tenemos en la automoción, con poderosísimas empresas (como General Motors) -en su momento- al borde de la quiebra y con un ya crónico excedente de stocks sólo comercializable gracias a las periódicas intervenciones de las administraciones, bajo la fórmula de incentivos a la compra. Excedentes que el caso de la construcción, por cierto, sólo podrán ser absorbidos bajo el doble efecto provocado por una drástica reducción de la construcción residencial y la propia dinámica del mercado (es decir, por las viviendas que realmente se necesiten en función de nuestro objetivo potencial demográfico).

Al hilo de lo anteriormente comentado, es suficientemente ilustrativo lo que me relataba hace unas semanas un viejo amigo, que lleva años trabajando en procesos de reestructuración y cambio organizacional en el sector del automóvil. “Lucas, hace años la riqueza era tener miles de vehículos dispuestos a ser comercializados en las dársenas de expediciones, y así lo entendían directivos y trabajadores; hoy en día la riqueza es ver esas dársenas vacías”.

Es evidente que estamos ante eso que algunos gurús han venido en denominar “cambio de paradigma”, eso sí, con diferentes velocidades de cristalización, en función de sectores y países. La interminable escalada del grouchiano “más madera, que es la guerra” (es decir, más y más producción, independientemente de la capacidad de absorción del mercado) ha sido sustituida por sistemas de producción donde el ajuste sincrónico entre demanda y producción roza ya la perfección.

El segundo de ellos, es que la “vieja economía” esté siendo sustituida por otra nueva (citamos aquí a Alvin Toffler y sus ya visionarias obras “La tercera ola” y “La revolución de la riqueza”) en la que el factor conocimiento ha reemplazado a los clásicos tierra, trabajo y capital como elemento crítico en la creación de riqueza.

En este sentido es altamente clarificador el hecho de que la mayoría de las tareas “hombre-máquina” hayan desaparecido para dar lugar a tareas “máquina-máquina”, gobernadas desde un ordenador por un técnico altamente cualificado. Este fenómeno es ya una realidad en sectores, y sólo por poner un ejemplo, como el siderometalúrgico. El modelo del trabajador de “cuello azul” como mera extensión del bien de equipo, ha sido sustituido por otro basado en especialistas de “cuello blanco” que dirigen la cadena de producción desde la lejanía física de una sala de control.

Sintomático asimismo de este cambio cualitativo es el hecho de que la gestión hospitalaria y la diagnosis clínica estén siendo llevadas ya por equipos médicos multidisciplinares, ante la creciente imposibilidad de que un solo facultativo pueda hacer diagnósticos de garantía; todo ello como consecuencia del exponencial crecimiento del conocimiento experto en muchos campos de la medicina.

En fin, podríamos seguir poniendo un sinfín de ejemplos, que quizás extenderían innecesariamente la extensión de este artículo.

En cualquier caso, y ante este panorama, ¿qué alcance y significado tiene el que consideremos al coaching como “elemento estratégico fundamental para la competitividad de las empresas”?

Primero, tengamos en cuenta los cambios que ya están teniendo lugar en los sistemas de evaluación de muchas organizaciones: en dichos casos se está pasando del modelo tradicional de la Dirección por Objetivos a otro de carácter mixto, marcado por una eficiente combinación de objetivos cualitativos y cuantitativos. Tal replanteamiento ha venido dado por la constatación de que muchos objetivos basados en incrementos cuantitativos de las ventas y/o de la producción, simplemente ya no son pueden ser alcanzados. En este fenómeno ha operado la miopía de muchos directivos y gerentes, que ha venido aplicando esquemas de crecimiento lineales, como si aquí nada hubiera cambiado y siguiéramos instalados en los felices sesenta (y setenta, e incluso ochenta…).

En segundo lugar y frente a tal esquema, se está abriendo paso la creencia de que hay que empezar a considerar el cómo se hacen las cosas, y en que medida el trabajador (o más necesariamente en ocasiones el equipo de trabajo) es capaz de crear “valor” para el cliente, entendiendo por “valor” la satisfacción de los criterios de decisión de compra, como por ejemplo la obsolescencia y fiabilidad del producto, o la extensión de los servicios complementarios, entre otros.

En tercer lugar, porque la creación de rentabilidad para la empresa ya no pasa necesariamente (y recalco el término necesariamente) por el incremento indefinido del volumen de ventas, sino por la intervención en otra serie de factores, entre los que podemos destacar:
  • La disminución en los costes de producción, administración y comercialización.
  • La optimización de los niveles de calidad, para ajustarlos a las  exigencias de los consumidores, o incluso elevándolos por encima de su actual nivel de expectativas.
  • El descubrimiento y aprovechamiento de las oportunidades del mercado, potenciando procesos de innovación que se plasmen en nuevos productos y servicios.
  • El desarrollo de estrategias de fidelización de los clientes, a través no ya de la satisfacción de sus necesidades, sino de la excelencia en la prestación del servicio.

Sobre lo anteriormente dicho, traigo a colación una conversación mantenida recientemente con una exalumna, ahora en la gestión diaria de una empresa –en su momento- fabricante de puertas. Ante la asoladora crisis iniciada a finales del 2008, la solución (de un alto coste emocional y de estabilidad laboral para tantos y tantos) pasó, evidentemente, por devanarse los sesos, para concluir en un proceso de expansión de mercado (abriendo delegación en Brasil, entre otros países) y de diversificación (entrando en el negocio de la biomasa y en el del mantenimiento y la restauración de puertas). De entre toda la conversación, me quedo con una frase reveladora: “en América nos quieren, porque aprecian la calidad del producto europeo, asociada a un precio razonable”. En fin, la calidad como desafío, una vez más.

En tercer lugar, y como conclusión, extraigamos algunos “tags” y encontraremos el hilo conductor que nos lleva de nuevo al inicio de este artículo (recordemos: el coaching como elemento estratégico fundamental para la competitividad de las empresas):objetivos cualitativos-cómo se hacen las cosas-crear valor-disminución de costes-optimización de niveles de calidad-descubrimiento y aprovechamiento de oportunidades de mercado-excelencia en la prestación de los servicios…

Sólo un proceso de activación del talento está es disposición de poner en juego los recursos necesarios para hacer de estas “etiquetas descriptoras” una realidad al servicio de las estrategias competitivas.

¿Y cuáles son esos recursos? Lo dejaremos para otro artículo, pero anticiparé algunos de los –según mi punto de vista- más importantes: resiliencia, creatividad, empoderamiento.