miércoles, 4 de septiembre de 2013

MÁS ALLÁ DE LA RAZÓN

"Se oye sin buscar nada, se recibe sin preguntar lo que buscamos. Semejante a un relámpago, la idea brota absoluta, necesaria, sin dudas ni vacilación”.
F. Nietzsche

Cuando se sale de una discusión estúpida en la que de forma –racionalmente- inexplicable nos hemos visto envueltos, solemos preguntarnos ¿pero qué narices me ha pasado? En nuestro comportamiento siempre hay algo irreductible a la razón, y así lo recogen herramientas propias del coach, como la Ventana de Johari, uno de cuyos cuadrantes es denominado “Lo Desconocido”, que representa aquella parte de nuestro comportamiento que es incomprensible para nosotros mismos…pero también para los demás.

Disciplinas como la sociobiología intenta dar respuestas a todo ello. Sin ir más lejos ahí están los trabajos de E.O. Wilson que de forma tan brillante recoge Lou Marinoff en su libro “El ABC de la felicidad”, para defender su tesis de que es fundamental entendernos a la luz de los que éramos hacen cientos, miles, incluso millones de años. Parece como si el cerebro consciente –que todos ubican en el córtex, la última capa que la evolución ha añadido a nuestra masa encefálica- en su modo operativo nos desconectara literalmente de ese cerebro inconsciente dominado por la territorialidad, la agresividad, la provisión de alimentos y la defensa y protección de la prole (en el caso de los machos). 

Dice W. Dyer que todo cambio se produce por dos tipos de causas: shock o inspiración. En la primera de ellas un acontecimiento inesperado genera un torbellino emocional que nos coloca en el disparadero; en el segundo caso, la experiencia acumulada, la sucesión de acontecimientos significativos…se condensa en un breve lapsus de tiempo durante el cual nuestro cerebro consciente nos advierte que nos ha llegado el momento (de cambiar). Mi propia experiencia personal en el proceso de cualificación como coach es un claro ejemplo de lo anterior: los primeros momentos del mismo fueron de un intenso protagonismo para la inspiración, pero una sucesión de hechos dramáticos que tuvieron lugar en un muy corto espacio de tiempo generaron en mí el consiguiente “shock”. He de reconocer que la inspiración me allanó el camino, pero el salto cualitativo lo di gracias al shock. Lo cual concuerda bastante con lo que se dice respecto al punto de inflexión vital experimentado por ciertas personas, ese “antes y después” que empuja a dejarlo literalmente todo y emprender un nuevo camino.

Kanehman habla de “pensar deprisa, pensar despacio (y así llama a su último libro, por cierto). En el mismo cita un buen número de sesgos cognitivos que generan sistemáticamente fallos en el modo racional de pensar. Uno de ellos es la “falacia de la planificación”. Bajo su influencia se tiende a sobreestimar los beneficios y a minimizar los costes (tiempo incluido) de nuestros proyectos. Ahora bien, sin ese sesgo o distorsión de la razón ¿quién se embarcaría en un matrimonio (o en un proyecto empresarial)? Recuerdo en este sentido el concepto de “verticalidad” que trabajaba con mis alumnos en los seminarios de generación y maduración de ideas para futuros emprendedores. La idea implícita es que al final de lo que se trata es de lanzarse e ir resolviendo los problemas a medida que van apareciendo, ya que preverlos por anticipado puede tener un efecto disuasorio que nos desarme para tomar acción.

Todos los que nos dedicamos al coaching somos bien conscientes de nuestro rol de facilitación; en este sentido, no hay nada más íntimamente conmovedor que ver a un coachee en trance de dar ese salto cualitativo en su vida. Es una experiencia íntima, como decía, que carece de una expresión exagerada y patética de lo emocional, pero puede advertirse tras unos ojos vidriosos que durante unos breves segundos pierden su mirada en el horizonte. Uno intuye (pensando muy deprisa) que bajo esa mirada se está produciendo el encuentro definitivo con el yo más profundo; encuentro que marca un punto de inflexión y da sentido definitivo a las trayectorias vitales.

Lo curioso de todo esto es la convivencia permanente entre lo reductible y lo irreductible a la razón más allá también de lo “humano”, en el orden de lo físico y lo metafísico. Los filósofos filosofan sobre el número pi y no acaban de entender como un número tan “irracional” pueda ser la piedra angular de la arquitectura áurea. Y que decir tiene de la física cuántica y la física newtoniana. Bajo esa lineal –y comprensible- relación de causas y efectos que es la “física de las cosas grandes” newtoniana se desarrolla la absolutamente irracional –y contraintuitiva- “física de las cosas pequeñas” cuántica (desde el nivel de lo subatómico a en algunos fenómenos lo molecular) y que me aspen, o más bien nos, si ésta es comprensible bajo parámetros de razón y sentido común.


En resumidas cuentas, a medida que crecemos aprendemos a facilitar la convivencia en nuestra vida (¿qué mejor puede hacer un coach, si no?) entre lo racional y lo no racional. Se acepta porque su coexistencia se impone y cualquier intento por comprender el “misterio” que también forma parte de nuestra existencia se vuelve imposible. De ahí que el encuentro con un coachee sea también el de la aceptación de que “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. 

miércoles, 10 de julio de 2013

YO,MI,ME,CONMIGO

“Ningún hombre es una isla”
Nelson Mandela

Dentro de las distintas líneas del pensamiento que conforman el “universo” mental ¿e ideológico? del coaching hay una que no deja de causarme una ciertas dosis de perplejidad: el coaching “centrado en el individuo”.

En principio, esta línea de actuación no tiene nada de sorprendente, ya que los procesos de acompañamiento están dirigidos a individuos, grupos o equipos (e incluso, a grupos que desean convertirse en equipos). No me refiero por tanto a una metodología o enfoque de trabajo, sino a la suposición compartida por ciertos profesionales de que es posible entender al individuo, y propulsarlo en su desarrollo personal o profesional, sin considerar en absoluto las circunstancias familiares, grupales u organizacionales en las que se haya inmerso. Me remito por tanto a una forma de pensar -no exenta en ocasiones de una ideología radical- que considera que el estado, las instituciones, los consensos sociales, sobran, ya que coartan al individuo e impiden su desarrollo.

Dicho de otra forma, el trasfondo de está línea de actuación sostiene que el individuo puede ser entendido abstrayéndose del contexto en que se genera su comportamiento. Vendría a considerar por tanto, que somos “islas” en medio de un inmenso océano, en el que mareas, vientos, tormentas, lluvias y huracanes no afectan en ningún sentido no ya a nuestra “esencia” (concepto bastante ajeno al pensamiento sistémico) sino a nuestro ser-aquí-y-ahora.

A este respecto, merece la pena detenerse un momento y cederle la palabra a Joseph O´Connor:
“El pensamiento sistémico pone a prueba la idea de que se puede juzgar el comportamiento de una persona sin considerar el sistema al que pertenece. Un principio fundamental del pensamiento sistémico es que la estructura de un sistema da lugar a su comportamiento. Si se dan las circunstancias favorables, cualquiera puede triunfar; sin embargo, culpamos o premiamos a las personas como si fueran entidades independientes” (1)

Evidentemente, cuando hablo de “condicionar” el comportamiento, no estoy hablando de “impedir”. Según el diccionario de la RAE, condición es (cito la acepción que entiendo más ajustada a la tesis de este artículo): “circunstancias que afectan a un proceso o al estado de una persona o cosa”.

Se habla y se sigue hablando hasta la saciedad de liderazgo. Es también un tema recurrente en el mundo del coaching. En muchos casos, se presentan puntos de vista en los que un líder proveedor y hasta mesiánico conduce a la grey hacia un futuro mejor. Sin embargo, es raro que se asocie la figura del líder al de un creador de condiciones. Desde la perspectiva del coaching, algunos –o muchos, no lo sé- sostenemos que si un líder está para sacar lo mejor de sus colaboradores o subordinados (dando eso sí, orientación, perspectiva y sentido a su esfuerzo) no hay nada mejor para ello que ser un “creador de entornos favorecedores”. 

Entiendo que no es ésta una idea en absoluto ajena al coaching. Si no estamos para enseñar nada, ya que nada enseñamos, y sí para conseguir que el coachee aprenda por si mismo (utilizando su propio bagaje, sus propios recursos, su propia experiencia) entonces está claro que la creación de condiciones facilitadoras son el mejor “caldo de cultivo” para que emerja el talento y los individuos lo pongan a trabajar. Por tanto es desde la consideración –y no desde la desconsideración- de las condiciones del entorno como ponemos las bases para que las capacidades de cada cual se pongan al servicio de un proyecto personal o profesional que ha de tener en todo caso –así lo creo- proyección más allá de uno mismo.

(1)            O´Connor, Joseph: Introducción al pensamiento sistémico. Ed. Urano.


Lucas Ricoy

miércoles, 30 de enero de 2013

BENDITA IMPERFECCIÓN

Por admirar tanto las virtudes ajenas, perdemos el sentido de las propias; y por no ejercitarlas, podemos incluso perderlas, sin obtener a cambio ninguna de las deseadas.

F. Nietzsche

En el origen de la vergüenza está, según muchos, el miedo a no ser merecedores de la aprobación de los demás, simbólicamente representada por el espectro de su mirada de en la conformación de nuestros actos. Sin embargo, a medida que nos vamos abriendo paso en el ejercicio de nuestra libertad nos damos cuenta de que dicha mirada realmente no existe. Hagas lo que hagas, digas lo que digas, y aún simplemente no haciendo ni diciendo, concitas adhesiones y críticas. Ante esta evidencia, ¿para qué preocuparse?

La imperfección que nos empuja a buscar fuera de nosotros mismos aquello que nos completa tiene pleno sentido antropológico y  económico. Es la máxima expresión del principio de la reciprocidad y del intercambio. Por el contrario, la perfección nos aleja de cualquier búsqueda del “otro” y termina abocándonos a la muerte personal y social. En definitiva, generar expectativas y favorecer el “si tú entonces yo” es el principio económico que nos permite asegurar nuestra “mantenencia”.

Hay también detrás de la imperfección decisiones conscientes y racionales. Son las que tienen que ver con el qué hacer con nuestro tiempo (el “lifetime” anglosajón). El elegir nuestros intereses, aficiones e implicaciones nos lleva indefectiblemente a descartar otras opciones y abandonar la posibilidad de cualquier redondeo que nos haga “perfectos”. Elegimos ser imperfectos y es ahí donde demostramos ser estrategas de nuestra propia vida. Abandonamos el mundo de las posibilidades y nos adentramos en el escenario del posicionamiento vital.

Ya hace cierto tiempo Janis estudió el fenómeno de la conformación de opiniones en su teoría del “pensamiento grupo” (groupthinking). Una de sus conclusiones más curiosas es que los individuos que no se expresan tienden a creer que los que tampoco lo hacen piensan de igual manera que el líder informal. Lo verdaderamente sorprendente ocurre cuando el grupo se sincera y descubre una inesperada y maravillosa disparidad de pareceres y sensibilidades. Pero hasta ese momento, el imaginario “superyó” social ha cumplido la función de policía de la mente, impidiendo que se aproveche el enorme caudal de la discrepancia. Discrepancia que es expresión de las diversas opciones “imperfectas” que representan cada uno de los miembros del grupo.

Lo cierto es que hay un pudor casi innato a manifestar nuestra vulnerabilidad, como bien apunta Brené Brown en su libro “Los dones de la imperfección”. En este sentido, no podemos negar la influencia de las redes sociales, donde reina en ocasiones un pacto implícito que nos empuja a dar una versión demasiado mercantilizada de nosotros mismos. Muchos sienten la necesidad de “venderse”, pero adoptando estereotipos socialmente aceptables. Esa es la gran trampa. Hay santones hieráticos, de los que jamás ha salido una sola sonrisa, que reúnen a millones de seguidores pendientes hasta del ritmo de su respiración. Atreverse a marcar de verdad la diferencia, perder el miedo a un auténtico y honesto contraste de perspectivas es fundamento de cualquier sinergia creadora.

Las historias alegres y joviales y la plenitud compulsiva muchas veces esconden el pudor de reconocer que somos lo que somos, y que nuestra vida es una amalgama de claroscuros en la que cada experiencia adquiere un tono específico y particular. El coaching “hace diferencia” en el enfoque, en la perspectiva, en el sentido dado a todo ello, porque lo utiliza como un acicate para la mejora (interminable).

Como decía Jorge Bucay hay que descubrir un nuevo nivel de aspiración cada vez que una meta se consolida en nuestra vida. En esta búsqueda interminable de nuestro cielo particular subimos un nuevo peldaño en el crecimiento personal y mucho más rápidamente de lo que pensamos nos encontramos con otra nueva cumbre en el horizonte. El descanso que nos da el logro de lo anhelado es con frecuencia mucho más breve de lo que nos gustaría. Sin embargo, es la imperfección el factor que hace las veces de “pulsión” para seguir adelante en nuestro camino.

En Coaching se habla de distintas estrategias de desarrollo y una de de ellas es trabajar aquellas habilidades que estén por debajo de lo exigido por nuestro entorno o por nosotros mismos, es decir, centrándonos en las carencias y déficits. Sin embargo, hay otra opción: buscar la potenciación de aquellas competencias en las que se es bueno y llevarlas un paso más allá, hacia el logro de una particular –e imperfecta- excelencia, asumiendo en paralelo todo nuestro “debe”.

Como decía Javier Marías en un reciente artículo, debemos recuperar el derecho a ser subjetivos y políticamente incorrectos. Sólo desde ahí podremos introducir variantes en la “verdad social” que abonen el camino para el progreso.

Aprendamos a querer nuestra imperfección, y reivindicarla. No hay mejor prueba del amor que debemos sentir hacia nosotros mismos.


Lucas Ricoy