miércoles, 30 de enero de 2013

BENDITA IMPERFECCIÓN

Por admirar tanto las virtudes ajenas, perdemos el sentido de las propias; y por no ejercitarlas, podemos incluso perderlas, sin obtener a cambio ninguna de las deseadas.

F. Nietzsche

En el origen de la vergüenza está, según muchos, el miedo a no ser merecedores de la aprobación de los demás, simbólicamente representada por el espectro de su mirada de en la conformación de nuestros actos. Sin embargo, a medida que nos vamos abriendo paso en el ejercicio de nuestra libertad nos damos cuenta de que dicha mirada realmente no existe. Hagas lo que hagas, digas lo que digas, y aún simplemente no haciendo ni diciendo, concitas adhesiones y críticas. Ante esta evidencia, ¿para qué preocuparse?

La imperfección que nos empuja a buscar fuera de nosotros mismos aquello que nos completa tiene pleno sentido antropológico y  económico. Es la máxima expresión del principio de la reciprocidad y del intercambio. Por el contrario, la perfección nos aleja de cualquier búsqueda del “otro” y termina abocándonos a la muerte personal y social. En definitiva, generar expectativas y favorecer el “si tú entonces yo” es el principio económico que nos permite asegurar nuestra “mantenencia”.

Hay también detrás de la imperfección decisiones conscientes y racionales. Son las que tienen que ver con el qué hacer con nuestro tiempo (el “lifetime” anglosajón). El elegir nuestros intereses, aficiones e implicaciones nos lleva indefectiblemente a descartar otras opciones y abandonar la posibilidad de cualquier redondeo que nos haga “perfectos”. Elegimos ser imperfectos y es ahí donde demostramos ser estrategas de nuestra propia vida. Abandonamos el mundo de las posibilidades y nos adentramos en el escenario del posicionamiento vital.

Ya hace cierto tiempo Janis estudió el fenómeno de la conformación de opiniones en su teoría del “pensamiento grupo” (groupthinking). Una de sus conclusiones más curiosas es que los individuos que no se expresan tienden a creer que los que tampoco lo hacen piensan de igual manera que el líder informal. Lo verdaderamente sorprendente ocurre cuando el grupo se sincera y descubre una inesperada y maravillosa disparidad de pareceres y sensibilidades. Pero hasta ese momento, el imaginario “superyó” social ha cumplido la función de policía de la mente, impidiendo que se aproveche el enorme caudal de la discrepancia. Discrepancia que es expresión de las diversas opciones “imperfectas” que representan cada uno de los miembros del grupo.

Lo cierto es que hay un pudor casi innato a manifestar nuestra vulnerabilidad, como bien apunta Brené Brown en su libro “Los dones de la imperfección”. En este sentido, no podemos negar la influencia de las redes sociales, donde reina en ocasiones un pacto implícito que nos empuja a dar una versión demasiado mercantilizada de nosotros mismos. Muchos sienten la necesidad de “venderse”, pero adoptando estereotipos socialmente aceptables. Esa es la gran trampa. Hay santones hieráticos, de los que jamás ha salido una sola sonrisa, que reúnen a millones de seguidores pendientes hasta del ritmo de su respiración. Atreverse a marcar de verdad la diferencia, perder el miedo a un auténtico y honesto contraste de perspectivas es fundamento de cualquier sinergia creadora.

Las historias alegres y joviales y la plenitud compulsiva muchas veces esconden el pudor de reconocer que somos lo que somos, y que nuestra vida es una amalgama de claroscuros en la que cada experiencia adquiere un tono específico y particular. El coaching “hace diferencia” en el enfoque, en la perspectiva, en el sentido dado a todo ello, porque lo utiliza como un acicate para la mejora (interminable).

Como decía Jorge Bucay hay que descubrir un nuevo nivel de aspiración cada vez que una meta se consolida en nuestra vida. En esta búsqueda interminable de nuestro cielo particular subimos un nuevo peldaño en el crecimiento personal y mucho más rápidamente de lo que pensamos nos encontramos con otra nueva cumbre en el horizonte. El descanso que nos da el logro de lo anhelado es con frecuencia mucho más breve de lo que nos gustaría. Sin embargo, es la imperfección el factor que hace las veces de “pulsión” para seguir adelante en nuestro camino.

En Coaching se habla de distintas estrategias de desarrollo y una de de ellas es trabajar aquellas habilidades que estén por debajo de lo exigido por nuestro entorno o por nosotros mismos, es decir, centrándonos en las carencias y déficits. Sin embargo, hay otra opción: buscar la potenciación de aquellas competencias en las que se es bueno y llevarlas un paso más allá, hacia el logro de una particular –e imperfecta- excelencia, asumiendo en paralelo todo nuestro “debe”.

Como decía Javier Marías en un reciente artículo, debemos recuperar el derecho a ser subjetivos y políticamente incorrectos. Sólo desde ahí podremos introducir variantes en la “verdad social” que abonen el camino para el progreso.

Aprendamos a querer nuestra imperfección, y reivindicarla. No hay mejor prueba del amor que debemos sentir hacia nosotros mismos.


Lucas Ricoy