lunes, 10 de diciembre de 2012

CONFIANZA

“Pedid y se os dará”

Evangelio según San Mateo

Son muchos los expertos del mundo del Management que han incidido de forma reiterada en un valor-eje necesario para elevar resultados y competir con garantías. No es otro que la CONFIANZA. Llevo mucho tiempo intuyendo que es el valor básico por antonomasia, en el sentido literal del término “básico”. Quizás la experiencia –creo que compartida por todos- de haber gestionado situaciones en las que su ausencia ha traído catastróficas consecuencias para las relaciones personales, me ha llevado a pensar que es el soporte en el que se asienta todo lo demás (y entiendo por todo “lo demás” desde la armonía familiar hasta el crecimiento económico).

Es de hecho un término clave para autores como Robert Cooper, que en 1997 realizó diversos estudios con líderes y organizaciones que lo llevaron a concluir que la confianza es una de las fuerzas motrices de la ventaja competitiva:

“la inteligencia emocional es una ventaja escondida (en las relaciones profesionales). Si somos capaces de gestionar el soft _stuff, el hard _stuff (tecnologías, procesos, recursos materiales) se ocupa de sí mismo. A lo largo de la historia de las organizaciones, el referido soft _stuff (confianza, lealtad, comunicación y compromiso) ha dado pruebas de su eficacia en la actuación en la innovación y en los beneficios conseguidos por personas, equipos y empresas”.

A la vista de lo manifestado por Cooper (y otros, por cierto, como Tom Peters, Edward Deming o el propio Steven Covey) parece evidente que la optimización de todos estos “intangibles” es crítica para la mejora del desempeño en las organizaciones.

¿Qué sentido tiene hablar de la confianza en términos de “valor”? Ciertamente ésta podría ser considerada como un factor actitudinal, pero si entendemos valor por “la utilidad o interés” que tiene para nosotros determinado estado de cosas, una situación presidida por la confianza es lo suficientemente útil y de interés (tal como nos lo confirman los autores citados, entre otros) como para incluirla en nuestro listado de valores prioritarios.

Sin embargo, es cierto que la confianza es absolutamente quebradiza; se constituye como una especie de capital inicial que está en directa relación con el nivel de nuestras expectativas, pero tiende a evaporarse con enorme rapidez. Restablecerla, todos los sabemos, requiere de tiempo y esfuerzo. Que otros vuelvan a otorgar (nos) confianza puede necesitar de muchas pruebas inequívocas. ¿De qué? Pues de todos aquellos comportamientos que para los demás sean indicios contundentes de un proceder honesto, leal y eficiente (y cito aquí los términos utilizados en la definición del diccionario de María Moliner).

Ahora bien, y esta en la cuestión clave que trato de abordar, en el juego de percepciones que preside las relaciones interpersonales, es probable que los comportamientos merecedores de confianza acaben entrando en una suerte –precisamente- de mercado de valores y desde una perspectiva –desde “un mapa del territorio”- prejuiciosa y sesgada. Véase si no el típico síndrome del que espera que las pifies de nuevo para reafirmarse en su categorización: “en este tipo, ya te lo dije, no se puede confiar”. En esta dinámica, puede resultar casi imposible volver a la situación inicial en la que las expectativas depositaron un determinado caudal de confianza en el otro.   

Todos estamos habituados a pasar por este tipo de circunstancias y, por tanto, podemos considerarlas como punto de partida para abordar una estrategia de cambio beneficioso, que es al final lo que le interesa al Coaching. En último término nos encontramos una vez más ante la batalla de y por las creencias. Ellas son las que fijan nuestra atención y determinan nuestro enfoque. Son ellas, por ejemplo, las que deciden hasta cuándo estamos dispuestos a transigir con una determinada marca, aunque nos falle y decepcione (tema, por cierto, analizado en variadas ocasiones en el mundo del marketing). Si hacemos esto con ciertas marcas, ¿por qué no hacerlo con las personas?

El enredo a resolver es, pues, cómo abordar dicho cambio (que valoro como beneficioso, por las razones ya expuestas). En este sentido, cabría hacer varias consideraciones:

§         Desde la Psicología Cognitiva se viene investigando desde hace tiempo sobre determinados tipos de pensamientos distorsionadores (lo que Kahneman denomina “sesgos cognitivos”). Uno de ellos es el “pensamiento clínico” –dentro de la categoría de sesgo de confirmación-, denominado así precisamente por ser muy habitual en dichos ambientes profesionales. Muy resumidamente, consiste en hacer un diagnóstico y apresurarse después en encontrar las pruebas que lo avalen, desconsiderando los indicios que puedan contradecirlo. Partiendo de esta evidencia científica (la de la existencia de este tipo de sesgos) podría plantearse como tarea a un coachee (que admita haber perdido la confianza en un colaborador, por ejemplo) el que adopte el enfoque contrario y que apunte en un listado todos los indicios confirmatorios de tal presupuesto. Si es honesto, quizás llegara a la conclusión de que dicho listado es cuando menos tan abultado como el resultante del otro “apriorismo”.

§         Precisamente esta afirmación (la de que nos puede salir dos listados igual de abultados, confiemos o desconfiemos) nos remite directamente al concepto de “autoengaño funcional”: los observadores somos  “constructores” de la realidad, y podemos utilizar cualquier pensamiento o engaño que nos permita ser operativos en nuestro entorno. Es decir, podemos elegir entre utilizar filtros que nos ayuden o que nos boicoteen. No entiendo en este sentido la pertinaz tendencia de algunos –o muchos, no sé- a utilizar engaños disfuncionales como la desconfianza, precisamente.

§         Además, en si misma, la idea de perder la confianza en el otro parte de un supuesto egocéntrico. La de que el otro tiene que comportarse conforme a nuestro propio esquema mental de lo deseable y conveniente. ¿Y por qué habría de hacerlo? ¿Acaso nos deberíamos de aplicar también a nosotros el dogma de la infalibilidad?

§         Estoy convencido de que en muchos casos la falta de confianza es la proyección de la falta de autoconfianza. Pensemos, aunque sea por un momento, en nosotros mismos, en circunstancias pasadas o presentes donde nos falló. ¿Qué hacíamos, cómo nos relacionábamos con los demás? Tal vez lleguemos a conclusiones muy interesantes.

Las expectativas positivas generan resultados positivos, a la altura del recorrido del potencial ajeno. Y lo hacen porque generan comportamientos favorecedores de tal posibilidad. Pero una vez más, está en nuestra soberana libertad elegir el camino a recorrer.