miércoles, 22 de agosto de 2012

ALGUNAS PARADOJAS Y UN MOMENTO CRÍTICO

Suele ser habitual encontrarse con un sinfín de artículos acerca del coaching orientados a crear expectativas irresistiblemente positivas acerca del proceso. Sin embargo, no suele ser tan habitual hablar desde la absoluta franqueza de aspectos más o menos espinosos del mismo, concibiendo a éste no como un camino lineal, sino como un proceso abierto a paradojas y momentos críticos, de resultados literalmente impredecibles. Que el futuro –el “que será”- sea algo incierto no es más que una –paradójica- certeza.

La primera de dichas paradojas, consiste en comprobar que los objetivos no están necesariamente para ser conseguidos, sino para catalizar y orientar al coachee a la acción. Su utilidad durante el proceso debe derivar de la respuesta que demos a la pregunta: ¿pero han conseguido desbloquear al coachee?

A veces una correcta enunciación de objetivos -con el suficiente grado de concreción y con un razonable nivel de dificultad- consigue desbloquear al coachee y movilizarlo. Pero eso no significa que necesariamente haya de llegar hasta donde se proponía. Lo positivo de este hecho es que el cliente ha abandonado por fin aquel lugar de su vida en el que ya no deseaba permanecer, encaminándose a aquel otro al que desea llegar. Aunque, quizás, no en el tiempo que tenía previsto. En cualquier caso, lo profundamente satisfactorio en la experimentación de este fenómeno es que el coachee acompasa su existencia con la fluidez propia del hecho vital. Se “vive” y no “es vivido”.

La segunda de las paradojas a la que deseo referirme es que el recurso a la confrontación mediante el asesoramiento y la prescripción, puede –paradójicamente-, reafirmar al coachee en sus metas y objetivos.

Esto sucede porque en ocasiones, el coachee no acaba de encontrar por sí mismo las respuestas que busca al sumergirse en el proceso de coaching. En esa coyuntura es útil recurrir a la prescripción y el asesoramiento, ya que desencadenan en el cliente un curioso efecto de reafirmación en la propia autonomía; a partir de ahí, el cliente se “recarga” y es capaz de generar respuestas y establecer objetivos, pero siempre tomando como referencia y factor de contraste nuestras sugerencias y opiniones.

El momento crítico se desencadena cuando el coachee vislumbra cuál es el coste del proceso. No son pocos los clientes que sienten el poderoso efecto catártico del coaching cuando éste les da la oportunidad de hablar acerca de sí mismos, viéndose enormemente aliviados al encontrarse ante un profesional que le presta atención y les otorga reconocimiento; reconocimiento a su “estar-en-el-mundo”, al dolor, las incertidumbres, las angustias y el coste de estar vivo.

Sin embargo, el apego y la alta implicación que muchos de ellos mantienen con un estilo de vida que, aparentemente, les sustrae todo aquello con lo que habían soñado, se muestra en carne viva cuando se ven en la necesidad de abandonar viejos hábitos por otros, lo que les genera una desazón y zozobra con la que, necesariamente, han de convivir durante un cierto tiempo.

Esos –según algunos- 21 días necesarios para consolidar nuevos hábitos y empezar a comprobar la conexión con las “ganancias” que éstos les reportan, constituyen el período crítico en el que el coachee decidirá avanzar o, por el contrario, regresar a sus “cuarteles de invierno”. Es ahí donde el coach deberá reforzar la actitud del coachee, retando a seguir tomando acción y generando el suficiente clima de seguridad y certidumbre en los beneficios del cambio emprendido