miércoles, 10 de julio de 2013

YO,MI,ME,CONMIGO

“Ningún hombre es una isla”
Nelson Mandela

Dentro de las distintas líneas del pensamiento que conforman el “universo” mental ¿e ideológico? del coaching hay una que no deja de causarme una ciertas dosis de perplejidad: el coaching “centrado en el individuo”.

En principio, esta línea de actuación no tiene nada de sorprendente, ya que los procesos de acompañamiento están dirigidos a individuos, grupos o equipos (e incluso, a grupos que desean convertirse en equipos). No me refiero por tanto a una metodología o enfoque de trabajo, sino a la suposición compartida por ciertos profesionales de que es posible entender al individuo, y propulsarlo en su desarrollo personal o profesional, sin considerar en absoluto las circunstancias familiares, grupales u organizacionales en las que se haya inmerso. Me remito por tanto a una forma de pensar -no exenta en ocasiones de una ideología radical- que considera que el estado, las instituciones, los consensos sociales, sobran, ya que coartan al individuo e impiden su desarrollo.

Dicho de otra forma, el trasfondo de está línea de actuación sostiene que el individuo puede ser entendido abstrayéndose del contexto en que se genera su comportamiento. Vendría a considerar por tanto, que somos “islas” en medio de un inmenso océano, en el que mareas, vientos, tormentas, lluvias y huracanes no afectan en ningún sentido no ya a nuestra “esencia” (concepto bastante ajeno al pensamiento sistémico) sino a nuestro ser-aquí-y-ahora.

A este respecto, merece la pena detenerse un momento y cederle la palabra a Joseph O´Connor:
“El pensamiento sistémico pone a prueba la idea de que se puede juzgar el comportamiento de una persona sin considerar el sistema al que pertenece. Un principio fundamental del pensamiento sistémico es que la estructura de un sistema da lugar a su comportamiento. Si se dan las circunstancias favorables, cualquiera puede triunfar; sin embargo, culpamos o premiamos a las personas como si fueran entidades independientes” (1)

Evidentemente, cuando hablo de “condicionar” el comportamiento, no estoy hablando de “impedir”. Según el diccionario de la RAE, condición es (cito la acepción que entiendo más ajustada a la tesis de este artículo): “circunstancias que afectan a un proceso o al estado de una persona o cosa”.

Se habla y se sigue hablando hasta la saciedad de liderazgo. Es también un tema recurrente en el mundo del coaching. En muchos casos, se presentan puntos de vista en los que un líder proveedor y hasta mesiánico conduce a la grey hacia un futuro mejor. Sin embargo, es raro que se asocie la figura del líder al de un creador de condiciones. Desde la perspectiva del coaching, algunos –o muchos, no lo sé- sostenemos que si un líder está para sacar lo mejor de sus colaboradores o subordinados (dando eso sí, orientación, perspectiva y sentido a su esfuerzo) no hay nada mejor para ello que ser un “creador de entornos favorecedores”. 

Entiendo que no es ésta una idea en absoluto ajena al coaching. Si no estamos para enseñar nada, ya que nada enseñamos, y sí para conseguir que el coachee aprenda por si mismo (utilizando su propio bagaje, sus propios recursos, su propia experiencia) entonces está claro que la creación de condiciones facilitadoras son el mejor “caldo de cultivo” para que emerja el talento y los individuos lo pongan a trabajar. Por tanto es desde la consideración –y no desde la desconsideración- de las condiciones del entorno como ponemos las bases para que las capacidades de cada cual se pongan al servicio de un proyecto personal o profesional que ha de tener en todo caso –así lo creo- proyección más allá de uno mismo.

(1)            O´Connor, Joseph: Introducción al pensamiento sistémico. Ed. Urano.


Lucas Ricoy