Pones un ladrillo cada día, y al final tienes una
pared
Will Smith
Una de mis actividades profesionales está vinculada
al mundo de la formación, como socio copropietario de una Escuela de Marketing
y Publicidad. Como todas las empresas, ha pasado por buenos y malos momentos y
ha sorteado esta dura crisis realizando grandes esfuerzos. De todas las
experiencias vividas se han sacado conclusiones (o moralinas, como decían
nuestros padres). Una de ellas es que hay que esmerarse y mucho, si se quiere
seguir optando a “otro año más”.
La implicación personal en el día a día es
fundamental para generar la suficiente calidad percibida en el servicio. Y ello
requiere de una dedicación de tiempo y esfuerzo considerable, lo que además sustrae
de estar permanentemente volcado en conseguir objetivos. En esta actividad –y
creo que en muchas otras también- los resultados caen como fruta madura a
través del “boca-oído”. Aproximadamente entre un 50 y un 60% de los nuevos alumnos llegan a nosotros de
esta manera. Además de ello, por supuesto, hay campañas intensivas de
divulgación y promoción que nos aportan el 40-50% restante.
Evidentemente, hay que saber a dónde se va. Esa
“metacognición” (definida como el “aprendizaje generador y constructivo, orientado a la búsqueda
del significado de lo que se hace”) da sentido y orientación a tu esfuerzo. Sin embargo,
los expertos aseguran que es absolutamente contraproducente tenerla en consciencia
permanente, ya que entonces el esfuerzo se desvincula del día a día, o más bien
del “momento al momento”. Se produce una especie de extravío de lo que realmente
importa en el presente (y no utilizo la palabra presente en sentido figurado,
sino como sinónimo del “aquí y ahora”). En actividades –cada vez más numerosas
sobre el total de trabajos disponibles- donde la implicación de nuestro cerebro
debe ser máxima, esta focalización a resultados puede generar un consumo de
energía que hay que restar del necesario para mantener la implicación en lo que
estamos haciendo.
Daniel Pink en su libro “La sorprendente ciencia de
la motivación” es muy claro al respecto. El poder de los incentivos es
sorprendentemente limitado, y los resultados de los estudios son apabullantes.
Cuando decimos sorprendentemente limitado nos referimos al hecho de que
funcionan cuando las tareas necesarias para obtener los objetivos propuestos
son simples y no requieren de la utilización de habilidades cognitivas mínimamente
rudimentarias –no digamos ya si éstas han
de ser complejas-
Al final, por lo tanto, el tema es de enfoque, o de
atención, si se prefiere. Citando a Tony Robbins, ahí donde pones tu atención,
pones tu energía. Y como bien demuestra Daniel Pink, si la energía está
permanentemente puesta en el resultado, el desempeño –en un rango enormemente
elevado de tareas- colapsa. Además, si la sensación de desbordamiento y bloqueo
permanece en el tiempo, existe riesgo de caer en el surmenage o “síndrome de
fatiga crónica”. Esta expresión describe el hecho de que la pila se agota, y ello
en parte por una inadecuada canalización de nuestra energía.
Hace poco un economista de FEDEA comentaba en un
programa de televisión que España necesitaría crecer a un ¡12%¡ si pretendía
reducir el déficit (+/- 7%) sin recurrir a subidas de impuestos o bajar gastos
(y ya estamos siendo suficientemente curados en salud con ambos tipos de medidas).
El mismo economista decía que eso era literalmente inviable. Y ya creo que sí.
España sólo lo logró en algún momento muy concreto de los felices 60 y eso era
porque veníamos de donde veníamos. Por tanto, si estamos condenados a un largo
período de crecimiento del alrededor del 1% anual (lo del 2% ya suena a música
celestial) esto debe hacernos replantear cuando menos la “r” del smart
de los objetivos –la de realistas-. A menos que seamos lo suficientemente
listos y ágiles para estar en aquellos mercados no maduros que –en los períodos
iniciales- pueden crecer a una tasa superior.
A propósito del realismo en el establecimiento de
los objetivos, recuerdo una clarificadora conversación –o más bien escucha- que
mantuve con un compañero de fatigas en el gimnasio al que habitualmente acudo.
En la misma, mi interlocutor reflexionaba sobre la falta de ponderación de la
que adolece la mayor parte de la gente a la hora de establecer objetivos de
reducción de peso (que suele ir acompañada de la correspondiente ausencia de continuidad
en el esfuerzo). Se ponía a sí mismo como contraejemplo de lo argumentado: para
pasar de un peso inicial de 80 kilos a otro final de 68 (que era el que necesitaba
para volver a competir en el deporte del que es practicante amateur) necesito
de…dos años de trabajo. Eso más o
menos nos da una bajada de 120
gramos por semana. Y hablamos de una persona que sí se
tomo muy en serio un exigente plan de trabajo, y con una historia de práctica
deportiva dilatada en el tiempo. Ahí está la importancia del proceso: ese
“olvido” estratégico del resultado le permitió no bloquearse y centrar su
atención durante dos años en lo que tenía que hacer para llegar hasta donde deseaba.
Volviendo al ejemplo de la fomación de profesionales del campo del marketing y publicidad (como en cualquier otro), ¿en dónde deberíamos centrarnos? ¿En conseguir un 60% de inserción laboral a 1 año vista (objetivo realista, a la luz de la experiencia de los últimos años) o en desarrollar las competencias que procuren empleabilidad a nuestros alumnos? El paso del tiempo nos aporta una interesante reflexión: hemos rondado ese objetivo durante mucho tiempo, pero éste ha venido como consecuencia de un trabajo basado en poner especial énfasis en la cualificación de los alumnos. Por tanto, sólo desde una cuidada atención a los procesos, se pueden conseguir buenos resultados (y no resultados a secas).
Volviendo al ejemplo de la fomación de profesionales del campo del marketing y publicidad (como en cualquier otro), ¿en dónde deberíamos centrarnos? ¿En conseguir un 60% de inserción laboral a 1 año vista (objetivo realista, a la luz de la experiencia de los últimos años) o en desarrollar las competencias que procuren empleabilidad a nuestros alumnos? El paso del tiempo nos aporta una interesante reflexión: hemos rondado ese objetivo durante mucho tiempo, pero éste ha venido como consecuencia de un trabajo basado en poner especial énfasis en la cualificación de los alumnos. Por tanto, sólo desde una cuidada atención a los procesos, se pueden conseguir buenos resultados (y no resultados a secas).