jueves, 27 de marzo de 2014

DE RESULTADOS Y PROCESOS


Pones un ladrillo cada día, y al final tienes una pared

Will Smith

Una de mis actividades profesionales está vinculada al mundo de la formación, como socio copropietario de una Escuela de Marketing y Publicidad. Como todas las empresas, ha pasado por buenos y malos momentos y ha sorteado esta dura crisis realizando grandes esfuerzos. De todas las experiencias vividas se han sacado conclusiones (o moralinas, como decían nuestros padres). Una de ellas es que hay que esmerarse y mucho, si se quiere seguir optando a “otro año más”.


La implicación personal en el día a día es fundamental para generar la suficiente calidad percibida en el servicio. Y ello requiere de una dedicación de tiempo y esfuerzo considerable, lo que además sustrae de estar permanentemente volcado en conseguir objetivos. En esta actividad –y creo que en muchas otras también- los resultados caen como fruta madura a través del “boca-oído”. Aproximadamente entre un 50 y un 60%  de los nuevos alumnos llegan a nosotros de esta manera. Además de ello, por supuesto, hay campañas intensivas de divulgación y promoción que nos aportan el 40-50% restante.


Evidentemente, hay que saber a dónde se va. Esa “metacognición” (definida como el “aprendizaje generador y constructivo, orientado a la búsqueda del significado de lo que se hace”) da sentido y orientación a tu esfuerzo. Sin embargo, los expertos aseguran que es absolutamente contraproducente tenerla en consciencia permanente, ya que entonces el esfuerzo se desvincula del día a día, o más bien del “momento al momento”. Se produce una especie de extravío de lo que realmente importa en el presente (y no utilizo la palabra presente en sentido figurado, sino como sinónimo del “aquí y ahora”). En actividades –cada vez más numerosas sobre el total de trabajos disponibles- donde la implicación de nuestro cerebro debe ser máxima, esta focalización a resultados puede generar un consumo de energía que hay que restar del necesario para mantener la implicación en lo que estamos haciendo.


Daniel Pink en su libro “La sorprendente ciencia de la motivación” es muy claro al respecto. El poder de los incentivos es sorprendentemente limitado, y los resultados de los estudios son apabullantes. Cuando decimos sorprendentemente limitado nos referimos al hecho de que funcionan cuando las tareas necesarias para obtener los objetivos propuestos son simples y no requieren de la utilización de habilidades cognitivas mínimamente rudimentarias –no digamos ya si éstas han  de ser complejas-


Al final, por lo tanto, el tema es de enfoque, o de atención, si se prefiere. Citando a Tony Robbins, ahí donde pones tu atención, pones tu energía. Y como bien demuestra Daniel Pink, si la energía está permanentemente puesta en el resultado, el desempeño –en un rango enormemente elevado de tareas- colapsa. Además, si la sensación de desbordamiento y bloqueo permanece en el tiempo, existe riesgo de caer en el surmenage o “síndrome de fatiga crónica”. Esta expresión describe el hecho de que la pila se agota, y ello en parte por una inadecuada canalización de nuestra energía.


Hace poco un economista de FEDEA comentaba en un programa de televisión que España necesitaría crecer a un ¡12%¡ si pretendía reducir el déficit (+/- 7%) sin recurrir a subidas de impuestos o bajar gastos (y ya estamos siendo suficientemente curados en salud con ambos tipos de medidas). El mismo economista decía que eso era literalmente inviable. Y ya creo que sí. España sólo lo logró en algún momento muy concreto de los felices 60 y eso era porque veníamos de donde veníamos. Por tanto, si estamos condenados a un largo período de crecimiento del alrededor del 1% anual (lo del 2% ya suena a música celestial) esto debe hacernos replantear cuando menos la “r” del smart de los objetivos –la de realistas-. A menos que seamos lo suficientemente listos y ágiles para estar en aquellos mercados no maduros que –en los períodos iniciales- pueden crecer a una tasa superior.


A propósito del realismo en el establecimiento de los objetivos, recuerdo una clarificadora conversación –o más bien escucha- que mantuve con un compañero de fatigas en el gimnasio al que habitualmente acudo. En la misma, mi interlocutor reflexionaba sobre la falta de ponderación de la que adolece la mayor parte de la gente a la hora de establecer objetivos de reducción de peso (que suele ir acompañada de la correspondiente ausencia de continuidad en el esfuerzo). Se ponía a sí mismo como contraejemplo de lo argumentado: para pasar de un peso inicial de 80 kilos a otro final de 68 (que era el que necesitaba para volver a competir en el deporte del que es practicante amateur) necesito de…dos años de trabajo. Eso más o menos nos da una bajada de 120 gramos por semana. Y hablamos de una persona que sí se tomo muy en serio un exigente plan de trabajo, y con una historia de práctica deportiva dilatada en el tiempo. Ahí está la importancia del proceso: ese “olvido” estratégico del resultado le permitió no bloquearse y centrar su atención durante dos años en lo que tenía que hacer para llegar hasta donde deseaba. 

Volviendo al ejemplo de la fomación de profesionales del campo del marketing y publicidad (como en cualquier otro), ¿en dónde deberíamos centrarnos? ¿En conseguir un 60% de inserción laboral a 1 año vista (objetivo realista, a la luz de la experiencia de los últimos años) o en desarrollar las competencias que procuren empleabilidad a nuestros alumnos? El paso del tiempo nos aporta una interesante reflexión: hemos rondado ese objetivo durante mucho tiempo, pero éste ha venido como consecuencia de un trabajo basado en poner especial énfasis en la cualificación de los alumnos. Por tanto, sólo desde una cuidada atención a los procesos, se pueden conseguir buenos resultados (y no resultados a secas). 

No hay comentarios:

Publicar un comentario