sábado, 13 de junio de 2015

CREATIVIDAD, TALENTO Y NUEVAS TECNOLOGÍAS: UN RETO DEL SIGLO XXI

Los animales se encuentran seguros dentro del capullo protector de su ambiente. Mas he aquí que nos encontramos con un ser carente de un capullo semejante pero dotado de una fuerza cerebral inigualable: el ser humano.
Ludwig V. Bertalanffy



Recientemente tuve una clarificadora experiencia con un grupo de personas que asistían a un programa de formación para futuros microemprendedores. Durante el mismo, me encontré en serias dificultades para que los asistentes llevaran a cabo tareas que perfectamente podríamos calificar como básicas (en el sentido etimológico del término).

Una de ellas era conseguir que pudieran hablar entre ellos. Digo bien, hablar entre ellos. Otra de ellas fue que pudieran generar “productos terminales” de una cierta originalidad (-término mercadotécnico éste que los pedagogos utilizan para designar los trabajos prácticos que los alumnos presentan para rendir cuentas, y que, en el particular caso de este programa, les servían además para avanzar en su proyecto profesional o empresarial-).

A partir de un determinado momento (más pronto que tarde -la experiencia también ayuda a ser más rápido e incisivo en los diagnósticos-) fui siendo consciente de las causas que originaban estos comportamientos. En el primero de los casos –que no hablaran entre ellos- era la consecuencia directa de que permanecían –y no sé si es que también decidían permanecer- tan absortos ante la pantalla de su ordenador que literalmente se olvidaban de que a su lado había otras personas con las que seguramente valía la pena departir.

En el segundo caso –no ser capaces de generar productos con una cierta originalidad- la clave volvía a estar de nuevo en la pantalla. La pretensión inicial de la mayoría era poder encontrar en Internet la solución a los retos planteados (aclaro con ejemplos de qué tipo eran estos retos: desarrollar un briefing y un plan de comunicación, o redactar un texto tipo “quiénes somos” para incluir en la web corporativa).

Ante este panorama, la solución empezó a fraguarse en el momento en que decidí sacar a los asistentes de su lugar de trabajo ordinario. El lugar de destino no fue otro que un aula con sillas, mesas y un encerado. La única tecnología que los acompañó durante ese tiempo fueron…folios en blanco y lápices (sin olvidar la socorrida ayuda de la goma de borrar). Por supuesto, decidí que, además, tenían que verse las caras. Quizás esa fuera la oportunidad para sacarlos de su ensimismamiento y establecer en su cabeza un nuevo marco de referencia en el que “los otros” empezaran a jugar un papel protagonista.

Las reacciones fueron de lo más variadas. Hubo gente que protestó porque estos métodos le parecían del siglo pasado (sic). La observación de las interacciones personales que se generaron también arrojó luz sobre el grado de confluencia y afinidad. Esta se pudo lograr en algunos casos, aunque no así en otros. Lo cierto es que entre ambos tipos de comportamiento (no interacción personal, copiar sistemáticamente todo y no crear) había un denominador común: el ordenador como órgano e Internet como función.

Cabe preguntarse ¿pero las cosas están “tan así”? No pretendo establecer una generalización totalizadora, pero algo debe estar pasando cuando algunos hechos apuntan en tal sentido. Por ejemplo, en el entorno de la industria, tenemos el clarificador ejemplo de Toyota. A estas alturas, nadie puede dudar del visionario papel que en las últimas décadas ha jugado esta empresa. El sistema de producción actual es en gran parte heredero de las aportaciones de sus ingenieros y empleados. Pues bien, ha tomado decisiones que van en la línea de desandar el camino. La empresa ha concluido que es el momento de volver a interferir en el proceso de producción, interaccionar de nuevo con la tecnología, para, entre otras cosas, determinar sus límites y ser capaz de romper con ellos. Y sin dejar que ésta te domine.

La cuestión está en establecer cuánta soberanía personal estamos dispuestos poner en manos de la tecnología. La cuestión a lo mejor también radica en reconocer que un exceso de comodidad va en contra del ingenio y la creatividad. Y que la dialéctica a establecer es con el esfuerzo y las dificultades. Crear es un proceso arduo y de un gran desgaste físico e intelectual. Y no puede estar basado en la mera repetición, en la mímesis de lo ya existente. Crear es volver una y otra vez sobre lo configurado y plasmado para seguir aproximándose (sin quizás nunca alcanzar) aquello que estaba previamente ideado en nuestra mente. Crear es, en definitiva, romper con la dependencia de campo e ir más allá de ella.

Recientemente vi un reportaje del programa de TV “Comando actualidad” que abordaba, de forma resumida el asunto de los negocios emergentes y los negocios en declive; de forma muy gráfica “impresoras 3D vs videoclubes”. Una de las empresas visitadas era una compañía (creo recordar que BQ) dedicada al desarrollo de nuevos “gagdets” tecnológicos. Pues bien, en un momento dado el responsable de I+D+i mostró a la periodista cual era su artilugio favorito: un simple bloc de dibujante, en el que se veían esbozadas las ideas en bruto y el concepto final. Sólo después entraban en escena las máquinas. Meridiano ejemplo de qué lugar ocupa la tecnología… en el desarrollo de artefactos de última generación.

En un más que interesante artículo Nicholas Carr era muy claro en este sentido. Merece la pena leer algunas de sus afirmaciones: “Nos están robando el desarrollo de habilidades y talentos, que solo crecen cuando luchamos duro por las cosas. El exceso de tecnología nos convierte en espectadores en vez de actores. Numerosos estudios demuestran que implicarse en la mejor forma de estar satisfecho con nuestro trabajo. Nos dicen que la tecnología nos proporcionará mejores trabajos y hará nuestra vida mejor, pero toda esa retórica solo esconde una realidad objetiva: que hace más y más ricos a los millonarios de Silicon Valley”. 

Ciertos teóricos, desde una propuesta absolutamente radical y al margen de los cauces ordinarios del discurso político (no hay ni un solo partido político que defienda tal propuesta) sostienen que es mejor volver hacia atrás y regresar a un estadio de desarrollo tecnológico más primitivo. Ahí tenemos, sin ir más lejos, las tesis de Carlos Taibo. Es sin duda una visión apocalíptica, y no es tan nueva como pueda parecer. A ella ya aludía Marvin Harris cuando hacía una crítica demoledora a los presupuestos ideológicos de la new age contracultural.

La experiencia de compartir conocimientos me parece fundamental en el aprendizaje adulto, si cabe más que en el aprendizaje de niños y adolescentes. En ambos casos, se trata de desarrollar habilidades de relación, eso que ahora llamaríamos competencias relacionales; pero lo cierto es que éstas tienden –recalco la palabra tendencia- a estar menos desarrolladas en los niños y adolescentes, por lo que el énfasis en el sistema educativo ha de estar volcado hacia el desarrollo de esas capacidades y habilidades. Sin embargo, en el aprendizaje adulto se hace más relevante afrontar el desafío (y lo es, sin duda) de poner a prueba tus ideas, tus propuestas, tus hipótesis frente a un grupo de personas con visiones divergentes. Es un proceso fundamental para madurar (tú y tus ideas) y de especial relevancia en situaciones en las que el formador-entrenador-coach-mentor (por separado o combinadamente) está para mediar y facilitar, estimulando procesos simétricos y no complementarios (es decir, para que todo el mundo aprenda de todo el mundo y no solo de la supuesta figura de autoridad).

El debate está servido. Un reciente estudio de la Universidad de Oxford hablaba de más de un 40% de puestos de trabajo que quedarán amortizados no más allá de 2025. Este es un proceso que históricamente se reproduce cada cierto tiempo. Ahora bien, aquí estamos hablando del papel que pasará a cumplir el ser humano (ya que, como advierte Nicholas Carr, por primera vez la tecnología está en disposición de hacerse con tareas y procesos que hasta hace poco se consideraban exclusivamente humanos), y si éste rol será subsidiario de la tecnología o, por el contrario, posibilitará seguir utilizando a ésta como una herramienta a nuestro servicio.

Creo que el reto será moverse en el filo que marca el límite entre la facilitación y la imposibilidad. Entre hacer de la tecnología un factor de progreso o un factor de decadencia. Quizás, en el futuro, se forme a especialistas que determinen cuánta dosis de tecnología necesitamos en cada fase de los procesos para no vernos fagocitados por ella.



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