domingo, 21 de febrero de 2016

HACERSE MAYOR ES UNA LATA


Hace unos días oí a Jorge Bucay hablar acerca de por qué nos cuenta tanto “hacernos mayores”. Todo lo escuchado me resultaba enormemente familiar, así que tuve esa reconfortante sensación de “caramba, no sólo me pasa a mí”. Las razones expuestas  por Bucay para explicar esa resistencia me parecieron apabullantes y las comparto totalmente. ¿Cuáles eran? 

La primera es la percepción del tiempo. Cambia drásticamente. Con el paso de los años se sale de una especie de ensoñación de cuasi eternidad a otra donde la escasez de este recurso se abre paso de forma amenazadora. Digámoslo claramente: nos empezamos a asomar a lo que nos resta de tiempo en este mundo, y ese trecho nos parece cada vez más corto. 

Una segunda tiene que ver con el darse cuenta de que no llega con hacer bien las cosas. Que es necesario hacerlas bien, sí, pero que con eso no es suficiente. Se comienza a tener claro que los “otros” también cuentan, y de qué manera. Los “otros” entendidos  como un sistema con minúsculas (sin que ello suponga obviar al de las mayúsculas) tejido sobre la base de una red de alianzas, de intereses y de compromisos. Así es que, puedes hacerlo muy bien, pero el “sistema” ha de acompañarte (aceptando y valorando lo que propones, o cuando menos no intentando boicotearlo) para que eso se traduzca en un “retorno” -de afecto, de reconocimiento, de dinero o cualquier otra recompensa-. 

Una tercera está relacionada con la progresiva aceptación de que las certezas absolutas ya no existen; así es que empezamos a movernos en un océano de matices, de grises, de dependes; sólo ciertas instancias (como las religiones, las grandes corporaciones o la filosofía kantiana) parecen tener todo meridianamente claro. Pero tú sabes que a cualquier afirmación –realizada desde un enfoque y una manera de ver el mundo- se puede contraponer otra, hecha desde un enfoque y una manera de ver el mundo distintas. 

Una cuarta tiene que ver con el hecho de que las responsabilidades crecen. Hay que responder por más cosas, sí, ya sean hijos, empleados, inversiones o desempeños profesionales, y el número de facturas a las que hay que hacer frente se incrementan sin apenas darnos respiro en el perpetuo espectáculo del “money it´s a gas”, como muy brillantemente lo describía Pink Floyd en ese monumento a la futilidad que es “Time”.

Ante todo esto, cabe preguntarse qué es lo que se puede hacer. A Bucay se le ocurre –y creo que a cualquiera de nosotros- que la disyuntiva es bien clara: aceptarlo u optar un “coger las de Villadiego y si te he visto no me acuerdo”. Esta última opción, tiene el “pequeño” inconveniente –que todos hemos experimentado de una y otra manera- de que cuanto más corres, más parecen correr detrás de ti la escasez de tiempo, los otros, las incertidumbres y las responsabilidades. Dicho lo cual, ello no es impedimento para que todos tengamos derecho a nuestros periódicos momentos de evasión.

La otra posibilidad es la de aceptar y aprender a conllevarse con todas estas evidencias. Hacerse adulto pasa por ahí. Y ello tiene la “pequeña” ventaja de que te permite ir abriendo espacios de libertad. Porque aceptar tiene el paradójico efecto de liberar. Haces lo que crees que hay que hacer y ya dejas de preocuparte por si los demás lo aceptarán. Te centras en el momento y dejas de pensar en la muerte. Pones todo lo que está en tu mano y aprendes a sentirse satisfecho aunque lo que venga no sea lo que te habías esperado. Te manejas con tus valores y te recreas con lo pequeño y lo próximo, dimitiendo de la idea de arreglar el mundo (por tu cuenta). 

Y, finalmente, llegas a la conclusión de que hacerse mayor también puede ser una magnífica oportunidad para comenzar de nuevo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario