“Hay que saber qué se
puede salvar, y de qué tenemos que desprendernos”.
Antonio
Muñoz Molina
Si alguien
me desafiara a expresar cuál es la idea que resume la esencia del coaching, esa
que discurre por entre la totalidad de su discurso, la resumiría en “tomar
consciencia de lo que tienes y utilizarlo de la manera más provechosa”.
La falta de
consciencia sobre lo que tenemos es extensible al terreno de lo poco que
sabemos sobre nuestro país. Recientemente tuve una amigable discusión con una
vieja amiga, en la que rebatí –para su sorpresa- la afirmación de que España se
estuviera desertificando. Matizando esta apreciación, habría que decir que sólo
es cierto para determinadas zonas, porque en otras, mucho más amplias, la masa forestal
no ha parado de crecer –en parte debido al abandono de la agricultura-. Casi
simultáneamente, en un programa de televisión dedicado a la apicultura una
productora defendía sin rodeos –y carezco de datos para confirmar o desmentir
la rotundidad de su afirmación- que España producía la mejor miel del mundo
(justificando su afirmación en factores de tradición, excelentes métodos de
producción, insolación y biodiversidad). Mi consciencia sobre el primero de los
datos (la masa forestal crece) contrastó con la absoluta ignorancia sobre lo
segundo (la fortaleza y posicionamiento de nuestra apicultura). Si mi caso
fuera estadísticamente representativo, podríamos concluir que lo habitual suele
ser, precisamente, que desconozcamos lo que tenemos.
No son pocos
los coachees que se quedan sorprendidos cuando les haces notar la disposición
de un valioso recurso al que no han sabido sacarle todo el partido que éste
merecía. ¿De dónde sale este profundo desconocimiento? Es un lugar común hablar
del “punto ciego”. Como se suele decir, “haberlo, haylo”. Pero en cualquier
caso, ese desconocimiento ha de ser superado “saliendo ahí afuera”. En la
confrontación de nuestras acciones con la realidad va poco a poco emergiendo la
evidencia de que a todos se nos dan ciertas cosas especialmente bien -y otras
no tanto-.
Muchas vidas
se han visto truncadas en sus posibilidades precisamente por la carencia de una
figura que cumpliera con la necesaria tarea de ayudarnos a darnos cuenta, esa
idea tan provocadora que la Gestalt denomina literalmente “despertar” (y que a
mi me parece que describe muy intensamente la experiencia por la que se
atraviesa en esa toma de conciencia). Siempre recuerdo en este sentido ejemplos
afectivamente muy cercanos, en los que la inconsciencia sobre el efecto y
alcance de ciertas maneras de comportarse generaban verdaderos cataclismos
emocionales en los seres más allegados (y queridos). Le ocurre a personalidades
“difíciles” como la “abrasiva”, caracterizada por asfixiar a los demás
quitándoles literalmente el espacio vital en el que poder expresarse con
libertad. La buena noticia es que ese “darse cuenta” es también en numerosas
ocasiones de recursos y aspectos beneficiosos para nuestro crecimiento.
Centrándonos
en el terreno del coaching que busca trabajar áreas de desarrollo profesional,
ese “hacer las cosas especialmente bien” entronca directamente con la “teoría
del valor” (en la versión de la teoría económica “neoclásica”). Por tanto no
hablamos aquí de un sentimiento de valía subjetiva (que puede ser importante
para ganar en competencias emocionales con la autoestima o la autoconfianza)
sino de una valía socialmente reconocida, factor fundamental cuando de lo que
se trata es de vivir del producto de nuestro trabajo. Esa valía es literalmente
atribuida y concedida por otras personas que ven en lo que ofrecemos la
solución a un problema, la satisfacción de una necesidad o el colmo de un
deseo. En este contexto, la figura del coach cumple con uno de sus roles más
comprometidos: dar feedback. La responsabilidad del profesional aquí es máxima,
porque ha de ser “voz” de los entornos y contextos en los que el coachee ha de
poner en práctica sus competencias. Esa comunicación de retorno por parte del
coach no puede estar presidida por pensamientos del tipo “es de mi gusto”, sino
en consideraciones ejemplificadas en el “te podría ser de utilidad”.
En este
sentido el Modelo de Competencias proporciona herramientas de extraordinaria
ayuda para autoevaluarse (y que están al alcance de todos aquellos que quieran
utilizarlas). Lo característico del Assessment Center (el sistema de evaluación
utilizado por este modelo) es que se aparta de la tradición “testológica”
(palabro éste que representa a todos aquellos que evalúan exclusivamente
utilizando pruebas de “lápiz y papel”) para centrarse en simulaciones que
intentan representar los más fielmente posible el desempeño en contextos
profesionales reales. A partir de la ejecución en contextos muy próximos a la
realidad, se puede obtener información muy valiosa para nuestra mejora
(continua).
En un
reciente artículo, titulado “Mansedumbre” (http://mun.do/1j9hsya) el periodista Enric
González hacía una descripción apabullante de ese carácter nacional que desde
hace tiempo viene a constituir nuestro ADN identitario; no sé hasta qué punto
el país, la nación de ciudadanos se interroga acerca de sí misma, para poder
dilucidar de una vez qué es lo que nos pasa y empezar a partir de ahí a debatir
en profundidad que tenemos que hacer para ponerle remedio. Porque sin
consciencia de lo que se tiene, no hay posibilidad de crecimiento.
Y tú ¿sabes
lo que tienes?
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