sábado, 4 de enero de 2014

¿QUÉ PUEDE APRENDER UN COACH DE LA PSICOLOGÍA (II)?


Henry Laborit (recordemos, uno de los padres de la psicofarmacología) ilustra de forma brillante a través su colaboración con Alain Resnais en la película “Mi tío de América”, la importancia de las creencias a la hora de afrontar las exigencias que nos impone la relación con nuestro entorno. El título de la película es una expresión que los personajes de las tres historias abordadas utilizan para protegerse de la incertidumbre asociada a la toma de decisiones. Hacer depositaria a una tercera persona (“el tío de América”) de la solución a sus problemas no deja de ser una estratagema que les permite creer que vuelven a tener el control de la situación. La validez de la creencia no reside, por tanto, es que esté respaldada por algún tipo de evidencia empírica, sino en su capacidad para generar una ilusión que libere de las emociones negativas (angustia, miedo) y sus correlatos neuroquímicos (véase el caso del equilibrio dinámico entre el GABA y la Noradrenalina).

En la misma película se aborda el asunto de las conductas de agresión y huida. Este es un tema extraordinariamente interesante, y que desde perspectivas complementarias ha sido abordado por autores como Skinner o Selye. Su interés radica en que permite entender el concepto de estrés y además conecta la ciencia del comportamiento humano con otras disciplinas afines como la sociobiología y la etología. El estrés no adaptativo (distréss), aquel que causa una especial vulnerabilidad y que puede acabar derivando en enfermedad, se genera porque hoy en día el ser humano no puede adoptar ninguna de las dos conductas que en el pasado le permitían encarar situaciones de carácter aversivo: agresión o huida. Nadie está en disposición de agredir a un jefe insoportable, a menos que libremente decida asumir las consecuencias de un acto de esta naturaleza; a ciertos efectos, la oficina no es una jungla (aunque en ciertos aspectos a veces puedan parecerlo). Y las cosas no están como para abandonar un puesto de trabajo dando un portazo, no sin antes haberle puesto “la peineta” al jefe. Este es el precio (junto a otros) que hemos tenido que pagar por alejarnos de la naturaleza.


Por tanto, el “comerse los marrones” y “el tragar sapos” puede tener efectos devastadores en la salud de las personas, si ocurre de forma sostenida en el tiempo. Es importante que los individuos sean capaces de decidir si les conviene desarrollar estrategias de evitación tanto “tácticas” (para el día a día) como “estratégicas” (de cara al futuro más o menos inmediato). Aunque el coaching parezca estar hecho para logros cada vez más retadores y desafiantes, se ha de tener mucho cuidado a la hora de pensar que “más” siempre es “más”, ya que instalarse en una nueva cumbre puede ser experimentado por cierto tipo de personas como la gota que desborda el vaso de su capacidad de afrontamiento y manejo de la situación. Este es precisamente el origen del drama de tantas y tantas personas que en el mundo de la empresa fracasan porque han llegado a eso que se llama el “máximo nivel de incompetencia”. No todo buen vendedor está llamado a ser un buen jefe de equipo de ventas, e instalarse en la idea contraria ha traído buenas dosis de sufrimiento a muchas personas.


Mención aparte merece la última de las dimensiones citadas en mi anterior artículo, el psicoticismo. La Psicología Patológica habla de un salto, de un punto de inflexión entre la normalidad del común de la gente y la anormalidad en la que está instalada el psicótico, en sus diferentes versiones. Introduzco esta reflexión por estar directamente relacionada con una pregunta que con relativa frecuencia me plantean mis alumnos del Programa Internacional Experto en Coaching de EEL. Dicha pregunta básicamente tiene que ver con la derivación profesional, es decir, con la decisión de derivar a un cliente al terreno de lo “clínico”, para que su caso sea abordado por un profesional de la Psicología o la Psiquiatría.


En este sentido, y hay que ser sinceros, existe mucha desorientación, sobre todo en aquellos profesionales que no tienen una sólida preparación en Psicología. Para establecer el correspondiente linde que cuando menos sirva de orientación a la hora de tomar este tipo de decisiones, hay que recurrir a la Psicopatología y armarse de sentido común. En ella se utilizan diversos criterios para, entendámonos, decidir si alguien está “mal de la azotea”, incluido el criterio estadístico, al que ya aludimos a propósito de la distribución normal y las dimensiones de la personalidad. Pero no creo que sea trabajo del coach pasar tests tipo 16 PF, EPQ o incluso MMPI –el preferido por muchos psiguiatras- para determinar si un sujeto está en el extremo superior de la distribución, en el límite que fijan +3 desviaciones típicas.


Por tanto, desde la Psicopatología nos tenemos que adentrar en el terreno de la Fenomenología. ¿Por qué? Porque sólo desde el acceso a la experimentación subjetiva del cliente, podremos llegar a concluir si su anormalidad psicológica le coloca dentro o fuera de los límites del coaching. En relación a esto, desde el campo de la Psicología ciertos autores han definido la anormalidad psíquica como la falta de libertad para autodirigir y propulsar la propia conducta. Lo patológico sobreviene como algo que detiene y trunca el proyecto vital, haciéndolo inviable (por lo menos temporalmente).


Veamos el ejemplo del llamado Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC). En primer lugar, recordemos que es un síndrome de carácter neurótico, o si se quiere, el neuroticismo en grado elevado “colapsa” en una serie de desórdenes, uno de los cuales es el TOC. Una persona afectada por este síndrome se ve literalmente y vitalmente “arrollado” por una serie de pensamientos o conductas que le sobrevienen, sin que el sujeto pueda hacer nada por evitarlo (y recordemos que así es vivido por él). La cuestión es que estos casos llevar una vida “normal” se ve literalmente imposibilitado por dicho trastorno (me viene a la mente el caso recogido en un programa televisivo de un obsesivo-compulsivo que tenía que tocar dieciséis veces -no quince, ni diecisiete- la taza de café con la cucharilla antes de empezar a desayunar). Por tanto, lo “patológico” es vivido con una serie de características comunes, a saber:

·        Es un trastorno que nos sobreviene, es experimentado como algo “exógeno” y ajeno a nuestra voluntad.

·        Inhabilita para llevar un régimen de vida que podamos calificar como “normal”. El simple hecho de tener que salir de casa puede ser vivido de manera absolutamente traumática.

·        Impide –cuando menos temporalmente- la continuidad del proyecto vital. El sujeto se siente bloqueado e impedido para tomar decisiones y emprender acciones.


Además, al margen de cómo se sea vivido, el síndrome neurótico puede acabar siendo somatizado, a partir de procesos de autoagresión (úlceras gastroduodenales, irritación de Colon, cefaleas, cólicos…) e incluso inducir enfermedades orgánicas severas, como consecuencia de la inmunodepresión sostenida.




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