Albert Einstein
Un de los aspectos que más llaman la atención a la hora de adentrarse
en el universo profesional del Coaching es la enorme diversidad de procedencias
curriculares de los que ejercen como profesionales. Pudiera parecer que el
Coaching es una “cosa de psicólogos”, pero nada más lejos de la realidad.
Derecho, Economía, ADE, Ingeniería…son algunas de las profesiones –o cuando menos
estudios reglados de procedencia- que forman parte del curriculum de un buen
número de coaches.
La cuestión a dilucidar, -sobre todo para aquellos que no tienen un
formación específica en el área de la psicología- es qué aporta la psicología
–como disciplina científica- para el buen hacer profesional del coaching. Si
hubiera que contestar de manera resumida a esta cuestión, diría que la
Psicología aporta una visión integrada del comportamiento humano. En la misma
tiene una importancia fundamental –creo yo- la comprensión de las bases
neurofisiológicas de la conducta. Vayamos por partes.
Existe un amplio acuerdo entre la comunidad científica respecto a que
las 3 dimensiones básicas de la personalidad son el neuroticismo, la extraversión, y el psicoticismo (que a su vez
engloba dimensiones como apertura a la experiencia y amabilidad –o más bien
carencia de-). Antes de profundizar en otras cuestiones, me parece de especial
relevancia detenerse en el mismo concepto de dimensión psicológica. Para empezar,
hemos definido estos factores (neuroticismo, extraversión, psicoticismo) a
partir del extremo más elevado de la distribución normal. Lo cual quiere decir
que, en cada una de ellas, cada uno de nosotros se ubica en algún lugar de su
continuo, ya sea más cerca de la media, la “normalidad de la normalidad”, o más
lejos de ella, hacia un extremo u otro. Ello rompe con la idea de que hay
extravertidos y no extravertidos, o que hay neuróticos y no neuróticos.
Simplemente hay personas más o menos neuróticas (o emocionalmente estables) o
más o menos extravertidas (o introvertidas).
Todo ello viene a confrontar (no a enfrentar) la teoría psicológica
con otros modelos, como la PNL. Lo que nos viene a decir la Psicología es que
no hay libro en blanco, sino individuos con diferencias condicionadas desde el
primer momento por las propias características del sistema nervioso. Sin entrar
demasiado en profundidad de matices, el nivel de excitabilidad del sistema
nervioso está condicionado por el funcionamiento de eso que se llama la “bomba
sodio-potasio”. Este nivel de excitabilidad –e inhibición- tiene sus
consecuencias en el funcionamiento cerebral, en cuestiones tan importantes como
los tiempos de aprendizaje, el nivel de condicionamiento de las respuestas o la
capacidad de las personas para centrarse en determinados estímulos. Simplemente
parémonos a pensar en la repercusión que ello tiene a la hora de que el coachee
gestione sus propios cambios. El salir de la zona de confort y consolidar
nuevos hábitos requiere de unos tiempos y de una determinada repetición en la
puesta en práctica. Pero dependiendo de las características del individuo (por
ejemplo, su ubicación en el continuo introversión-extraversión) este proceso
puede manejar distintos tiempos de maduración y lograr diferente intensidad en
la “reminiscencia”, factor esté último fundamental para conseguir que el nuevo
aprendizaje quede consolidado.
Por tanto, si utilizamos la analogía propia del “procesador” para
aplicarla al cerebro humano, habría que concluir que éste no tiene un
funcionamiento estándar y homogéneo en todos los individuos. Por el contrario,
una CPU sí lo tiene, porque es el resultado de un proceso de fabricación
establecido precisamente para conferir esas características. Este hecho cuestiona
seriamente la citada analogía, que además ha sido desautorizada por la ciencia
de manera insistente. Desde la perspectiva que nos da lo que sabemos gracias a
la Psicología, un metaprograma no puede actuar de una manera neutra sobre el
cerebro humano, operando bajo unos parámetros estables e invariables: “el
ordenador cerebral” ya viene “de fábrica” con una manera de operar que es
distinta para cada sujeto.
Siguiendo con la analogía del ordenador, hasta ahora hemos abordado
algunas de las cuestiones que tienen que ver con el funcionamiento del
“hardware” cerebral. Pero es que además está la cuestión de las características
del “software” con el que operamos y su interacción con el citado “hardware”.
Son, de hecho, el objeto de estudio de la psicología cognitiva y la
psicofisiología, respectivamente. Un ejemplo de ello lo tenemos en el estudio
de los sesgos cognitivos (heurísticos). A ello han dedicado gran parte de su
vida científicos sociales tan reputados como Tversky y Kanehman. De forma
abrumadora han demostrado cómo nuestra forma de razonar está sometida de forma
intrínseca a errores sistemáticos, lo que también afecta a la intuición. Por
tanto, aunque reprogramemos a las personas sustituyendo un “software” por otro,
ello no evitará que el individuo siga afectado por las distorsiones y sesgos
que son propios de cada modalidad de razonamiento.
Decir tanto el “yo puedo” como el “yo no puedo” son dos alternativas
de programación mental sujetas a innumerable errores de cálculo y previsión.
Otra cosa muy distinta es que determinados sesgos jueguen a nuestro favor
generando lo que desde el coaching denominamos “autoengaño funcional”. En otro
artículo citaba la “falacia de la planificación”. Bajo su influencia se tiende
a sobreestimar los beneficios y a minimizar los costes (tiempo incluido) de
nuestros proyectos. Este sesgo nos permite aventurarnos a la hora de emprender
proyectos que de otra manera jamás abordaríamos. Manejarnos con sesgos como el
citado es interpretado desde la psicología como una estrategia de afrontamiento
con efecto beneficioso en la producción de péptidos cerebrales (que nos aportan
la templanza suficiente para afrontar las dificultades).
(Continuará)
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