"Se oye sin buscar nada, se recibe sin
preguntar lo que buscamos. Semejante a un relámpago, la idea brota absoluta,
necesaria, sin dudas ni vacilación”.
F.
Nietzsche
Cuando se
sale de una discusión estúpida en la que de forma –racionalmente- inexplicable nos hemos
visto envueltos, solemos preguntarnos ¿pero qué narices me ha pasado? En
nuestro comportamiento siempre hay algo irreductible a la razón, y así lo
recogen herramientas propias del coach, como la Ventana de Johari, uno de cuyos
cuadrantes es denominado “Lo Desconocido”, que representa aquella parte de
nuestro comportamiento que es incomprensible para nosotros mismos…pero también
para los demás.
Disciplinas
como la sociobiología intenta dar respuestas a todo ello. Sin ir más lejos ahí
están los trabajos de E.O. Wilson que de forma tan brillante recoge Lou
Marinoff en su libro “El ABC de la felicidad”, para defender su tesis de que es
fundamental entendernos a la luz de los que éramos hacen cientos, miles,
incluso millones de años. Parece como si el cerebro consciente –que todos
ubican en el córtex, la última capa que la evolución ha añadido a nuestra masa
encefálica- en su modo operativo nos desconectara literalmente de ese cerebro
inconsciente dominado por la territorialidad, la agresividad, la provisión de
alimentos y la defensa y protección de la prole (en el caso de los
machos).
Dice W. Dyer
que todo cambio se produce por dos tipos de causas: shock o inspiración. En la
primera de ellas un acontecimiento inesperado genera un torbellino emocional
que nos coloca en el disparadero; en el segundo caso, la experiencia acumulada,
la sucesión de acontecimientos significativos…se condensa en un breve lapsus de
tiempo durante el cual nuestro cerebro consciente nos advierte que nos ha
llegado el momento (de cambiar). Mi propia experiencia personal en el proceso
de cualificación como coach es un claro ejemplo de lo anterior: los primeros
momentos del mismo fueron de un intenso protagonismo para la inspiración, pero
una sucesión de hechos dramáticos que tuvieron lugar en un muy corto espacio de
tiempo generaron en mí el consiguiente “shock”. He de reconocer que la
inspiración me allanó el camino, pero el salto cualitativo lo di gracias al
shock. Lo cual concuerda bastante con lo que se dice respecto al punto de
inflexión vital experimentado por ciertas personas, ese “antes y después” que empuja
a dejarlo literalmente todo y emprender un nuevo camino.
Kanehman
habla de “pensar deprisa, pensar despacio (y así llama a su último libro, por
cierto). En el mismo cita un buen número de sesgos cognitivos que generan
sistemáticamente fallos en el modo racional de pensar. Uno de ellos es la
“falacia de la planificación”. Bajo su influencia se tiende a sobreestimar los
beneficios y a minimizar los costes (tiempo incluido) de nuestros proyectos.
Ahora bien, sin ese sesgo o distorsión de la razón ¿quién se embarcaría en un
matrimonio (o en un proyecto empresarial)? Recuerdo en este sentido el concepto
de “verticalidad” que trabajaba con mis alumnos en los seminarios de generación
y maduración de ideas para futuros emprendedores. La idea implícita es que al
final de lo que se trata es de lanzarse e ir resolviendo los problemas a medida
que van apareciendo, ya que preverlos por anticipado puede tener un efecto
disuasorio que nos desarme para tomar acción.
Todos los
que nos dedicamos al coaching somos bien conscientes de nuestro rol de
facilitación; en este sentido, no hay nada más íntimamente conmovedor que ver a
un coachee en trance de dar ese salto cualitativo en su vida. Es una
experiencia íntima, como decía, que carece de una expresión exagerada y
patética de lo emocional, pero puede advertirse tras unos ojos vidriosos que
durante unos breves segundos pierden su mirada en el horizonte. Uno intuye
(pensando muy deprisa) que bajo esa mirada se está produciendo el encuentro
definitivo con el yo más profundo; encuentro que marca un punto de inflexión y
da sentido definitivo a las trayectorias vitales.
Lo curioso
de todo esto es la convivencia permanente entre lo reductible y lo irreductible
a la razón más allá también de lo “humano”, en el orden de lo físico y lo
metafísico. Los filósofos filosofan sobre el número pi y no acaban de entender
como un número tan “irracional” pueda ser la piedra angular de la arquitectura
áurea. Y que decir tiene de la física cuántica y la física newtoniana. Bajo esa
lineal –y comprensible- relación de causas y efectos que es la “física de las
cosas grandes” newtoniana se desarrolla la absolutamente irracional –y contraintuitiva-
“física de las cosas pequeñas” cuántica (desde el nivel de lo subatómico a en
algunos fenómenos lo molecular) y que me aspen, o más bien nos, si ésta es
comprensible bajo parámetros de razón y sentido común.
En resumidas
cuentas, a medida que crecemos aprendemos a facilitar la convivencia en nuestra
vida (¿qué mejor puede hacer un coach, si no?) entre lo racional y lo no
racional. Se acepta porque su coexistencia se impone y cualquier intento por
comprender el “misterio” que también forma parte de nuestra existencia se
vuelve imposible. De ahí que el encuentro con un coachee sea también el de la
aceptación de que “el corazón tiene razones que la razón no entiende”.
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