“El profesor no
es ni autoridad ni colega; es como un entrenador que ayuda y anima”.
Tania Hämäläinen, profesora de la Universidad de
Helsinki, a propósito del rol de los docentes en el sistema educativo
finlandés.
Leía el otro día en un semanal de un conocido
periódico la siguiente cita: “Nuestra generación se hizo rica trabajando
duro. Ahora tenemos que mantener la prosperidad pensando mucho”. Es de Wu Xieen, alcalde de Huaxi, el pueblo con
mayor renta per cápita de China. Me sorprendió enormemente que en un
pueblo que es un “recién llegado” a niveles de bienestar que, en promedio del
país todavía no han llegado al estándar europeo, ya haya personas que
reflexionan abiertamente sobre el reto que se les (más bien “nos”) avecina en el
inmediato futuro.
Un paseo por Youtube es hacer un recorrido por el
infinito talento que atesora el género humano. Es ahí donde, por pura causalidad,
me encontré con chicos como Orianthi Panagaris o Yuto Mizayawa. Lo primero que me
sorprendió de ellos es el grado de madurez que desprende la actitud con la interpretan
sus temas.
Si les tienta la curiosidad y deciden visionar sus
vídeos, fíjense en Orianthi. Su gestualidad, su corporalidad destilan entrega,
dedicación, inmersión en la tarea. Decía Nietzsche que “la madurez del hombre es
haber recobrado la seriedad con que jugábamos cuando éramos niños”. Parafraseando al filósofo
alemán, estamos ante niños y adolescentes que se comportan como auténticas
personas maduras.
La pregunta que se me pasó
inmediatamente por la cabeza fue ¿pero de dónde sale tanta excelencia y tanta
convicción, y a edades tan tempranas?
Alguna clave de todo ello nos la aporta Geoff Colvin
en su recomendable libro “El talento está sobrevalorado” (al que he citado en un
artículo anterior, y que viene a demostrar que el talento es condición
necesaria, pero nunca suficiente): el camino más seguro para lograr la
excelencia es empezar…pronto. La razón no es otra que el tiempo que hay que
dedicar para llegar a ser realmente bueno en algún empleo u ocupación (según
estudios más recientes, un mínimo de 10.000 horas, y hablamos de promedios,
claro).
Lo cual me lleva a pensar –y creo haberlo también
comentado en un anterior artículo- que el coaching debería de incorporarse definitivamente
al sistema educativo. Creo sinceramente que sólo una muy buena preparación y una adecuada actitud permitirán a los
jóvenes que todavía no han salido de la formación reglada conseguir una
ocupación lo suficientemente bien remunerada y durante el tiempo necesario como para
asegurarse una jubilación digna.
Renunciar a conseguir este objetivo significa optar
definitivamente por un modelo de mediocridad incompatible desde ya con el mantenimiento
del estándar de vida que hemos alcanzado en los últimos decenios.
¿Cómo conseguirlo? En mi opinión, trabajando
fundamentalmente en dos frentes: en primer lugar, estimulando una mentalidad
social que prestigie y privilegie el conocimiento y el buen hacer. Tenemos,
según dicen los expertos, 2 millones de jóvenes –que se dice pronto- con un
difícil encaje en el mercado laboral, incluso aunque la economía del ladrillo
pueda recuperarse parcialmente, y eso es, en parte, consecuencia de la desidia
y el desinterés por formarse de verdad. En segundo lugar: el sistema debe premiar
a los que se aplican, porque nada de esto será posible sólo desde la
reivindicación de lo vocacional.
Y… ¿Cuál debe ser el papel
del coaching en este proceso de activación temprana del talento? Interrogar,
plantear, preguntar al niño para que éste se rete a probar y a ir definiendo
que es aquello que realmente despierta su pasión y le incita a ponerse “manos a
la obra”. Todo ello sin olvidarse de un concienzudo trabajo en pos de la
consolidación de hábitos de dedicación y esfuerzo.
Me gustaría terminar con una cita de José Antonio
Marina. Nadie mejor que él para hacernos llegar el mensaje de fondo del
presente artículo:
“En una sociedad del
conocimiento, cuya economía estará basada cada vez más en la ciencia y en la
tecnología, la principal riqueza de las naciones ya no es el territorio, ni la
población, ni las materias primas ni el capital: es el talento”, por lo que “el
objetivo de las políticas educativas y empresariales del Estado y de la
sociedad civil debe ser, en primer lugar, generar talento y, en segundo lugar, gestionar bien el talento”.
“El talento es la “inteligencia triunfante, la succesful
intelligence de los autores americanos, es decir, la que es capaz de elegir
metas valiosas, aprovechar los conocimientos adecuados, movilizar las emociones
creadoras, aplicar la energía, el valor y la tenacidad suficientes”.
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